Baches de Ley Suprema y No Estaremos “Mancos”

  • Baches de Ley Suprema.
  • No Estaremos “Mancos”.

Por Rafael Loret de Mola

Más de seiscientos “parches” tiene ya la Constitución General de la República sobre la que no se admite poder alguno, ley suprema como es de acuerdo a su propio texto, y frecuentemente alterada por las interpretaciones políticas que, incluso, han trastocado valores supremos como la reelección –admitiéndola, después de un periodo, o prorrogando el mandato de algún cacique como ya sucedió en Tabasco, con Tomás Garrido Canabal, y en Yucatán, bajo la batuta del extinto víctor cervera cuya sobrina Ivonne, ladrona, se encuentra situada en el punto medio entre modelo de baja monta y presunta aspirante a la transa presidencial, si logra el PRI remontar con Meade a la cabeza… en la guillotina. 

Al leer el texto de la Constitución para la Ciudad de México, apenas rematada con las consiguientes prisas y descuidos a los que da lugar el sosiego y la ridícula parsimonia de los actores, nos percatamos que introduce normativas que la Carta Magna federal ni siquiera toma en cuenta como, por ejemplo, los casos de revocación de mandato –no prevista para el caso del presidente de la República quien sólo tiene facultad para solicitar “licencia”, incluso definitiva pero sólo por “causas graves” que debe calificar el Congreso-, o el maltrato animal, una figura que depende, en gran medida, del criterio de quienes quizá no observan más allá del árbol sin mirar al bosque.

Cuando en México se camina en una dirección, el mundo retorna sobre sus pasos; así, por ejemplo, en el renglón que nos ocupa, sucede en Cataluña con relación a la tauromaquia cuya “crueldad” es discutible y polémica entre quienes están en pro de las corridas de toros y cuantos se oponen a ellas a pesar de ignorar argumentos éticos y financieros indiscutibles. Por algo, insisto, las grandes inteligencias en los países en donde la cultura taurina ha arraigado se manifiestan, siempre, a favor de la misma por cuanto a sus orígenes y como parapeto a las deleznables influencias anglosajonas, más provocativas ahora con el del pelo naranja en la Casa Blanca. La defensa no es sólo por preservar una especie, la del burel de lidia, sino igualmente para defender a los pueblos de la corta visión histórica de las potencias contemporáneas y sus líderes ahítos.

Es obvio que a los poderosos de la actualidad les estorba la crónica sobre la corta estancia de la humanidad sobre el globo terráqueo, en comparación con otras especies –ya desaparecidas algunas- que evolucionaron o se extinguieron. Algunos genes perversos, lo contemplamos hoy en el gobierno de Washington, perseveraron como si sólo hubiesen sido resguardados en una esfera de cristal; los de Hitler, por ejemplo, vindicados por la cristalina vidriera de la residencia oficial de los presidentes estadounidenses.

En la Constitución citadina, que eleva el estatus del otrora llamado Distrito Federal por cuanto a ser sede de los poderes federales –debiera pensarse en reunirlos en otra urbe o, al estilo de Brasilia, construir un complejo ad hoc a los mismos-, hay artículos que pueden contraponerse o chocan con los designios de la superioridad federal. Recuérdese el viejo debate sobre si las entidades deben o no ser consideradas soberanas o simplemente autónomas al reconocer la preeminencia de un poder superior, el de la Federación, aun en los casos de suprema hipocresía centralista.

La Anécdota 

En lo particular, siempre nos hemos inclinado por el concepto de autonomía porque México no se conforma con treinta y dos republiquitas sino por estados fusionados por el mismo hilo conductor republicano, más allá de las leyendas negras y las falsas interpretaciones. Yucatán, por ejemplo, mostró un mayor nivel de patriotismo al desprenderse del seno de un país atenaceado por la dictadura del histriónico y perdedor Santa Anna, refugiado tantas veces en Manga de Clavo, su hacienda favorita cercana a Xalapa, ya había antes ideado la formación de un triángulo dorado entre Veracruz, La Habana y Progreso, Yucatán, cuando gobernó perentoriamente a esta entidad, para erigirse muy temprano en el supremo hacedor de la región. No fructificó en estos planes pero en sí en otros mayores como la displicencia para asumir y dejar la Presidencia, frivolidad inaudita que habría de terminar con los Tratados de Guadalupe Hidalgo en los cuales perdimos la mitad de nuestro territorio, miserablemente.

El ultraje estadounidense mantiene firme el rencor entre los mexicanos bien nacidos; los otros, quienes privilegian el comercio sobre la dignidad, no tienen patria sino intereses y abominan a cuanto llamado nacionalista se hace para tratar de salvaguardar el poco decoro de un Estado mancillado por un gobierno prolongado y reptil. No se trata sólo de peña sino de un montón de malos mexicanos quienes han mantenido la idea de que ser sumisos a la gran potencia es punto de no inflexión para no morirnos de hambre; como si estuviéramos mancos.

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