De las maldiciones y millonario cristal

Por Rafael Loret de Mola

Los políticos no tienen imaginación; y es tanta su ignorancia, además, que siguen creyendo que Puebla es sólo camotes, Irapuato únicamente fresas, Aguascalientes puras uvas y Celaya nada más cajeta. Y así llegamos hasta Yucatán en donde las hamacas y los panuchos son los márgenes de una entidad gobernada por entenados del cacique extinto, Víctor Cervera, cuya alma deambula por Xibalbá, el inframundo de los Mayas acaso más terrible que el infierno de Dante y los horrores por él descritos como una premonición que siempre le atormentó como atormenta hoy a los vivos creyentes.

Nuestra tragedia, nuestro más allá castigador, se engendra en la clase política, peor a los más temibles seres demoníacos, siempre con cuernos y colas, o con círculos cerrados en donde los colores patrios son rehenes de un partido insolente que eleva la manipulación hasta en las siglas y los venerados símbolos de la nación. ¿Hasta cuándo se tolerará que el PRI usurpe, sin ningún derecho y con privilegios que exceden la civilidad, al pendón por cuya vigencia nos es enseñado ofrendar la vida? Aquí comienza el punto de no inflexión de una política ramplona, hipócrita y sólidamente demagógica –la antítesis de la democracia-.

Un dirigente partidista que tuviera vergüenza y decoro introduciría la iniciativa para desposeer al PRI del tricolor de su emblema porque México no es propiedad suya como tampoco lo son sus símbolos; este es el numen de la partidocracia odiosa que, unida al presidencialismo, nos asfixia y doblega. ¿Cómo entender a quién, jugando con las mismas reglas, se postula por tercera vez a sabiendas de que las “instituciones” no le dejarán pasar, menos aún después de la debilidad manifiesta exhibida tras los fraudes escandalosos en el Estado de México y Coahuila? Son dos partidos distintos, pero igualmente agraviados: MORENA y su extremo, el PAN.

Por eso fastidian las mismas cantaletas que oiremos hasta el fin de junio de 2018. El PRI no cesará en decirnos que “nadie saber gobernar mejor” –aunque los hechos prueben lo contrario-; el PAN habrá de replegarse al viejo discurso de que representa una transformzción sin violencia –“más que un cambio”, rezaba la pobre Josefina-; el PRD, abogará por insistir en ser el núcleo de la izquierda “responsable” e incapaz de parecer artera; y MORENA, bueno Andrés insistirá, hasta el cansancio, en la mafia del poder, el frijol con gorgojo y en su inmaculado plumaje que sobrevuela los pantanos sin ensuciarse, como poetizaba Salvador Díaz Mirón.

Y nosotros, aguantando la catarata de adjetivos que no son sino maldiciones constantes a los adversarios en una lucha por el poder radicalizada. Por ejemplo, Andrés está seguro de vencer y los momios cada vez son más complejos sobre todo si se dan las alianzas turbias, ésta sí, bajo el influjo del presidencialismo dominante aún. Porque, por tercera vez, los millones que siguen al icono “intocable” pueden ser usados únicamente para la consabida histeria poselectoral que cesa cuando “alguien” así lo decide. Lo mismo si es justo el reclamo, como en el Estado de México y en el país de cara al 2006, o no, en el caso de cuantos aseguran que en el 2000 se dio “un fraude al revés” para permitir el paso de fox.

El purgatorio ya está aquí; y en no pocas entidades, Sinaloa, Tamaulipas, Coahuila, Guerrero, Quintana Roo y Michoacán, entre otras, hablamos del infierno.

La Anécdota

Allá por 1998, en el periódico en donde colaboraba como columnista principal, se apareció en mi cubículo José Luis Cuevas, acompañando al director de “México Hoy”. Fue una gratísima sorpresa. “Paisano”, me llamó por nuestro origen común yucateco, aunque ninguno de los dos hubiese nacido en la península, y de allí nos seguimos diseccionando la política nacional que, entonces, ya apuntaba hacia el desastre.

Cuevas y yo vimos venir el Apocalipsis y dialogando sobre él, de pronto, se levantó, tomó una crayola y comenzó a dibujar sobre el cristal de mi oficina. Hablaba y trazaba con la misma energía mientras, ante mis ojos, surgía una figura asombrosa, como un extraordinario regalo que emocionó a mis sentidos. Desde luego, al término de la reunión, mandé a buscar a un vidriero para desmontar aquello y busqué a alguien con capacidad para evitar que se borraran los crayolasos –palabra nueva-.

Por desgracia, ¡AY!, me ganó la limpieza y las chicas encargadas de ella, en el amanecer, limpiaron la puerta y me dejaron con una sensación de vacío que hasta hoy sobrellevo. Qué seas tan grande allá –no lo dudamos- como lo fuiste en la tierra, maestro.

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