De otros gobernadores y el cinismo de Vicente

Por Rafael Loret de Mola

Los gobernadores que dejaron una cauda detrás de desprestigio y corrupción, unidos con el presidente de esta República tantas veces burlada, nunca comprendieron ni analizaron el dilema de enfrentarse a una pensión no tan amplia como sus ambiciones o acabar en las prisiones hacia donde llegarán, sin remedio, luego de las intervenciones de Interpol ante la inutilidad de las policías nacionales, listas solamente para las vejaciones a la ciudadanía habituales. En ninguna otra parte del mundo las corporaciones destinadas al orden público están más desprestigiadas que en México. Tanto, que las guías de turismo, en varios idiomas, alertan sobre el fenómeno. Una vergüenza.

Los negocios inmobiliarios de los mandatarios de Quintana Roo y Jalisco además del ex gobernador de Nuevo León, quienes se protegen detrás de sus progenitores en una tremenda cadena gregaria de corrupción, rebasan cualquier cálculo razonable sobre la indebida acumulación de recursos y exhiben, por sí, una tendencia evidente a saquear las arcas de sus estados para pretender cubrirse las espaldas. Los tres son priístas pero tales filiaciones ya no son, ni mucho menos, un signo de exclusividad sobre el trazo amoral de sus gestiones. Por ejemplo, hace un año, se recapturó al ex gobernador de Aguascalientes, Luis Armando Reynoso Femat, por uno de tantos peculados que le hacen crecer la cola, pero le bastó con pagar una fianza millonaria para retornar a la condición de libertad condicional a la que poco caso ha hecho tras dos excarcelaciones; es el campeón de ellos a la par con “El Chapo” Guzmán aunque, claro, mediante métodos distintos.

Al célebre capo, desde luego, no podría dejársele salir con el aval de la falsa y selectiva “justicia mexicana” y se optó por deportarlo a Nueva York; al ex mandatario hidrocálido, en cambio, le viene bien el sistema de jueces venales al servicio de la clase política que nunca fue capaz de indagar a dos de los principales pilares de las redes del vicio: Carlos Hank González y víctor cervera pacheco, extintos ambos si bien en circunstancias distintas: el primero, glamuroso, en su rancho Don Catarino, allá en Santiago Tianquistenco, y el segundo en su residencia de Mérida, en Itzimná, como efecto de la imposibilidad de asimilar el bofetón ciudadano que le privó de ganar la alcaldía de Mérida luego de violar la Constitución, a su antojo, permaneciendo diez años en la gubernatura sin confrontar elecciones, salvo una fraudulenta. La podredumbre en sus más altos decibeles.

La Anécdota
Hace años, en febrero de 1998, vicente fox me reclamó una sentencia con motivo de la presentación de mi libro “El Gran Simulador”, bajo los auspicios aún de lo que fue Grijalbo. Dije lo siguiente:

“El narcotráfico se ha extendido a las primeras familias del país, que ha contado y cuentan con un miembro dentro de la red, y a los gobernadores que disimulan pero transan blindajes hacia el futuro”.

El señor fox se removió en su sitio y con una mirada profunda susurró en voz suficientemente audible para el auditorio que no lo recibió bien:
–No todos, Rafael, no todos ¿eh?

La carcajada fue monumental y unánime dentro del auditorio en donde, por supuesto, rebosaban hasta los pasillos en espera de los representantes del PRD quienes me desairaron a pesar de mi insistencia: habían prometido asistir el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas, entonces en funciones de jefe de gobierno, el presidente del PRD, Andrés Manuel López Obrador –quien busco excusas hasta debajo de la alfombra-, y hasta Porfirio Muñoz Ledo, en ese momento en gestiones de senador, cuyo pretexto jamás olvidaré:

–Ojalá me entiendas: en mi calidad de presidente de la mesa directiva del Senado no puedo comparecer para presentar un libro en donde se señala al presidente, ernesto zedillo, como un simulador.

–Se equivoca, Porfirio: le tildo de “gran simulador”, es decir en su “advocación” magna.

Me quedé pensando que él fue quien, en septiembre de 1988, tras los comicios fraudulentos que cerraron el paso del ingeniero Cárdenas a la Primera Magistratura, interpeló a un empequeñecido miguel de la madrid, con su célebre alocución que jamás pudo terminar:

–Con todo respeto, señor presidente…
Y no pudo pasar de allí.

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