Nuestra hora y los cobardes

*Nuestra Hora.
*Los Cobardes.

Por Rafael Loret de Mola

Los terremotos no nos arredraron; al contrario, acaso venciendo las resistencias mentales, miles y miles salieron a las calleas a ayudar pese a las barreras de los robots militares y marineros que aún no entienden el sentido de sus lealtades por temor a perder sus estipendios sin percatarse de a quienes sirven, precisamente a aquellos devastadores de la economía familiar; y también sucede lo mismo cuando los vientos huracanados y las inundaciones causan estragos: nadie huye sino cada quien afronta su dolor con escasa ayuda de los entes oficiales. Nadie vence al espíritu nacional, tan grande.

 

Pese a ello no podemos librarnos, ni nos atrevemos a afrontar, del peor de los males: la ingente corrupción de la clase política que incluso se aprovecha del dolor para lucrar descaradamente, personal y políticamente. El rey del saqueo a los damnificados, Graco Ramírez Garrido Abreu –tal su nombre completo para poder llenar expedientes-, pretende que baste una explicación ridícula para extraerse del escándalo causado por su mujer, Elena Cepeda, al detener los tráileres y camiones que debían pasar por Morelos con destino a esta misma entidad pero también a Oaxaca, Chiapas, Puebla y Guerrero. Cada vehículo tenía dedicatoria dramática.

Una vez más, y podemos decirlo a dos semanas del desastre, el pueblo, en su conjunto, pasó por encima de la superioridad que se pretende arrogar la soberanía popular a costa de extender el conformismo, la decrepitud y el miedo terrible de muchos mexicanos a enfrentar a quienes los explotan, como los miembros del sindicato petrolero, quejosos porque les pegaron en sus salarios para darles parte a los damnificados por órdenes del multimillonario Carlos Romero Deschamps, el primero que debiera estar en prisión y no gozando de las prerrogativas de la complicidad superior. Pero no llega el ya basta, que debieran clamar los ofendidos, para desterrar a este sujeto execrable y a sus beneficiarios, familiares o compadres, igualitos a los caciques y latifundistas de hace cien años.

El camino es muy largo todavía. Ese valor y esa solidaridad demostrados durante los momentos posteriores a los terremotos del 7 y 19 de septiembre, sobre todo del segundo en la Ciudad de México aunque Chiapas y Oaxaca fueron golpeadas brutalmente por el primero, debe acrecentarse para poder enfrentar al peor de los desafíos: derribar estructuralmente a un sistema carcomido por la corrupción, la infiltración severa de las mafias y, peor todavía, la posibilidad cercana de pasar a ser, oficialmente, un estado-fallido si bien en algunas entidades, digamos Tamaulipas, Sinaloa y la mayor parte de las entidades del norte, desde Nayarit para arriba, ya son vistas como narco-estados en el muestrario de las inmundicias. Más de media nación.

¿Y con todas estas evidencias no seremos capaces de derribar al colapsado sistema político, con el solo soplo de la libertad y la justicia, ahora desfondada como uno de esos techos asesinos del colegio Enrique Rébsamen con todo y la bendición del Cardenal Norberto Rivera Carrera? ¿Dónde acabará el alma de este prelado? Si cree en Dios, lo cual dudo, debiera alertarse porque ni pintándose el cabello podrá evitar al infierno al querer lucir, vanidosamente, más joven, a sus setenta y cinco años, sin una sola cana sobre el cráneo. Vaya ridículo.

Y así vamos, México, a saltitos que deben multiplicarse, garrocha en mano, en algunos metros por encima de la cabeza.

La Anécdota

Entre los cobardes de la historia puede ubicarse a los atildados miembros de la clase política que, sencillamente, optaron por vacacionar en los días de emergencia; como Jorge Carlos Ramírez Marín, quien fue a tomar horchata y cerveza, para rociar la cochinita y el lechón, a su blanca Mérida que no merecería a un sujeto así en la gubernatura.

Los cobardes me recuerdan a echeverría, cuando se sorprendió al toparse con quienes querían estrujarlo luego de rendir declaración sobre los genocidios de 1968 y 1971. Se le cayeron las máscaras. Lo mismo sucedió a lópez portillo -¡Agarren a López por Pillo!-, cuando le ladraron en el sofisticado restaurante “Winston Churchill”, de la Ciudad de México. Clamó por una jauría y se quedó solo en su pequeña casita del traspatio.

El señor peña va por la misma senda.

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