Rafael Loret de Mola – ¿Por qué Sumisos?

RAFAEL LORET DE MOLA

  • ¿Por qué Sumisos?
  • Sonora: el Olvido
  • Un Camello Muerto

Por Rafael Loret de Mola

Rafael Loret de Mola - Por qué SumisosHace tiempo sostenemos que el ostracismo de gran parte de los mexicanos, sobre todo los humildes porque los ricos –incluyendo a los narcos- saltan varios peldaños hacia la prepotencia, deviene del “síndrome de la conquista” y su posterior desenlace a través de tres siglos de injusta ocupación bajo el término de “colonia”; tal fue la Nueva España luego de que los invasores arrollaron la extraordinaria cultura indígena –desde los mayas hasta los aztecas si bien los primeros resistieron y mantuvieron el fuego de la rebeldía a través de la “guerra de castas”-, y tuvieron la osadía de construir basamentos religiosos sobre los templos de rica arquitectura de Mesoamérica.

En algunas pláticas con personajes inteligentes –en este punto suelen las mujeres estar más interesadas acaso porque se angustian por el destino de la progenie-, me atrevo a preguntar:

–¿Qué resultaría más cuerdo? ¿Mantener, por ejemplo, la espléndida catedral metropolitana o cavar bajo sus cimientos hasta encontrar, seguramente, los vestigios del gran Templo Mayor y no sólo sus márgenes que emergieron hace algunas décadas, en los ochenta del siglo pasado?

La mera interrogante produce escozor. Son más quienes, acaso influidos por sus creencias religiosas sólo arraigadas cuando se discute cualquier tema relacionado con el poder de la Iglesia, tantas veces defensora de las oligarquías y escasamente proclive a luchar por los derechos sociales –soy católico, aclaro-, insisten en que el maravilloso monumento colonial debe preservarse sobre cualquiera otra edificación oculta durante ya cinco siglos. Pero, insisto, ¿qué es más valioso? El rescate de cuanto fue la gran Tenochtitlan, el centro y origen de una patria que luego sería mestiza, parece un imperativo para quienes creemos estar en deuda, y mucho, con quienes habitaron estas tierras y cayeron guerreando hasta el último de sus alientos, sobre todo por dos razones:

1.- La suma de los pueblos oprimidos por el imperio azteca –no nos van bien los emperadores ni las monarquías-, cuya riqueza se basó en el sometimiento de los vencidos, esclavizados desde mucho antes de las llegada de los barbados de allende el mar.

2.- La viruela, la enfermedad que nos importaron los españoles cuyos hábitos de higiene –aún hoy- no suelen ser ejemplares ni mucho menos. Este mal causó la muerte de, cuando menos, dos millones de indígenas bastantes más de cuantos fueron “derrotados” tras largos y soberbios combates en los que la igualdad fue planteada por la fuerza espiritual, intrínseca, de los guerreros águila y jaguares.

Luego de la proclama de Independencia, en 1821 –en septiembre de 1810, el padre Hidalgo inició la lucha por la emancipación de los nativos, criollos como él y mestizos, para equipararlos siquiera a la intolerable imposición de la Corona hispana-, comenzó el mito sobre la “conquista de México” –los de allá se permitieron, todavía algunos se permiten, escribir el término nacional con “jota” desdeñando sus orígenes mexicas-, alevosía que se toman muy en serio quienes, en estos tiempos de gobierno sin honra, llegan desde la península ibérica para fincar como antaño con todos los privilegios imaginables.

Esta tremenda deformación, reproducida en los libros de texto, contribuye al sometimiento ancestral; por eso debe romperse el mito: México, como tal, comenzó a ser hace dos siglos y no antes; no ha sido conquistado aun cuando fue ocupado por los franceses durante cinco años, de 1862 a 1867, si bien antes tras la absurda “guerra de los pasteles” nos invadieron en 1838; y lo mismo las dos invasiones estadounidenses, igualmente absurdas pero terriblemente costosas en cuestión de territorio. Sí, sufrimos el dolor de ver ondear los lábaros extranjeros sobre el asta del Palacio Nacional y el de Chapultepec, pero sin la deshonra de entregar el suelo patrio sin una lucha sangrienta, brutal, contra los dos mayores ejércitos, cada cual en su tiempo, del orbe. Nos desvalijaron, sí, pero soportamos el flagelo de la superioridad militar con la coraza del patriotismo.

Sin embargo, contabilizando las vidas perdidas, acaso debemos sumar otra injerencia externa tan severa como las anteriores basada en la desbordada explotación de los recursos de nuestro subsuelo: no sólo el petróleo sino igualmente la minería que detonó, en Cananea, Sonora, el inicio, la chispa de la Revolución al levantarse los obreros mexicanos, tratados como animales y sometidos al yugo de las empresas británicas y estadounidenses, para ser reprimidos brutalmente incluso por los Rangers de Texas quienes nos invadieron con la bastarda anuencia del porfiriato.

Esta es una breve síntesis de los sufrimientos históricos de nuestro país que podría explicar ese elemento mortífero que cala el espíritu de los mexicanos de hoy: el conformismo. Pero, en el fondo, como ya expusimos, la causa primaria es un mito no así las terribles consecuencias en nuestra lastimada conciencia nacional. Quizá por ello, el presidente peña nieto insiste en ofertar el territorio de su patria a los extranjeros acaso emulando a los infames que fueron a buscar un príncipe Borbón prestado sin percatarse que ello daría paso al parteaguas de la República victoriosa con el Benemérito recorriendo cada rincón entrañable sin rendirse jamás. Y es esto lo que debiera ser exaltado, y no la inexistente conquista “de México”, para levantarnos de la postración histórica y proclamar que pocos, muy pocos conglomerados han sido capaces de resistir como lo hemos hecho los mexicanos.

Hace una semana visité Real del Monte, uno de los mágicos pueblos de Hidalgo –un estado que grita las proezas de la patria y la belleza natural de la misma-, y me reencontré con las cinco minas de plata extraídas por los españoles, primero, bajo el dominio de Pedro Romero de Terreros a quien se rinde culto por fundar el Monte de Piedad y no se le estigmatiza por sus violaciones constantes y sus saqueos a sus súbditos –de allí el refrán de “anda como Pedro por su casa”-, y de los británicos después quienes, a cambio de la plata agotada, nos dejaron los “pastes” para que siquiera pudieran alimentarse sus obreros y el fútbol que inició en México la expansión de una de las mayores mafias terrenales que ahora se conoce como la FIFA; casi a la par con las de los “capos” célebres pero resguardados detrás de la fanaticada global.

Y allí pervive el cementerio “inglés”, recién visitado por el príncipe de Gales que se quedará en eso, Carlos y su arpía, en donde no puede ser sepultado ningún mexicano y, además, administrado por los colonizadores por excelencia, los del Reino Unido, cuyo imperio llegó a ser tan grande, en sus días de auge, como el de Carlos I de España y V de Alemania en cuyos “dominios” no se ocultaba el sol. Esto es como si el gobierno, y peor aún nuestra soberanía, fueran sólo una anécdota sin siquiera llegar a ser inquietante para los extranjeros vividores.

Me encontré en Real del Monte la hiriente propensión a exaltar lo británico sobre las huellas locales. Pero algunos pobladores con quienes hablé me refirieron los estragos de la visita de Carlos de Windsor: cerraron el pueblo, cual si fuese una cárcel, durante treinta y seis hora, ocupados por miembros del ejército y elementos de inteligencia de la Gran Bretaña… como “Pedro por su casa”. Ni una protesta, ni una sola explicación por este culto a rendirse ante lo ajeno socavando nuestra honra y dignidad. Por supuesto, peña estaba encantado de estrechar la mano del aristócrata quien sería su cicerone en Londres, hace una semana y media, para pasear al presidente mexicano y a su prole de mujeres: “La Gaviota”, quien cobra por su papel de “primer dama” cincuenta mil pesos diarios, y cuatro niñas, dos de Angélica fruto de su matrimonio con José Alberto Sáinz Castro –hermano de Verónica, la chaparrita de dulce rostro, por lo que las niñas aludidas tendrían que apedillarse Sáinz y no Castro-, y dos de enrique quien estuvo casado con Mónica Pretelini hasta que la negligencia patética se la llevó al otro mundo.

Un mundo de explotados acicateado por la corrupción, la impudicia y no pocos crímenes políticos de la nueva “aristocracia” mexicana.

Debate

En Sonora, hace casi seis años, el 5 de junio de 2009 para ser exactos –la efeméride se dará dos días antes de los comicios federales y estatales en esta entidad-, la guardería ABC ardió como consecuencia primaria de la quema de papeles que comprometían al gobernador saliente, el priísta-empresario Eduardo Bours Castelo a quien nunca se le sentó en el banquillo de los acusados; gracias a ello, su oponente, el panista Guillermo Padrés Elías, politizó la tragedia y se convirtió en gobernador para acabar siendo uno de los mandatarios empobrecedores mientras se enriquecía construyéndose presas para sus inmensas heredades. Dos vergüenzas desde el mismo pecado original.

Padrés, contra cuanto se esperaba, no siguió las pesquisas para fundamentar responsabilidades no sólo a los concesionarios criminales, encabezados por la prima de Margarita Zavala, esposa de calderón, quien se quiere postular para dirigir al PAN sin siquiera haberse molestado en atender con justicia a las víctimas y sus familiares cuyas existencias cambiaron para siempre. La tal señora, María Matilde Altagracia Gómez del Campo –con nombres con pleno sello oligárquico, deleznable-, y sus socios, todos parientes, fueron exonerados.

Tampoco hubo indagatorias sobre el soberbio ex mandatario Bours, dueño de Bachoco –conmino a los lectores a boicotear a esta firma, siquiera como una justa sanción social-, ni el director del IMSS, Juan Francisco Molinar Horcasitas, cobijado en el poder presidencial, el de calderón se entiende. Padrés se encontró entre dos fuegos, el priísta protector del burdo Bours y el panista que defendía a capa y espada a Molinar. Y prefirió hacerse el tonto con el mayor simplismo. Sólo por ello debería el gobernador todavía vigente ser enjuiciado.

Pues bien, ya vienen los comicios y los aspirantes del PRI, Claudia Pavlovich Arellano, hija de una gran mujer Alicia Arellano Tapia –junto con la campechana María Lavalle Urbina, las primeras senadoras de la historia-, y el PAN, José Gándara Magaña, se disputan los votos palmo a palmo si bien el segundo cuenta con el aditivo vergonzoso del PRD lo que le otorga cierta ventaja. MORENA, a su vez, designó candidato al ex alcalde de Ciudad Obregón, Jaime Lamarque aunque con escasa estructura. ¿Quién inclina la balanza?

El electorado puede actuar, claro, y dejar si legitimidad a quien se ponga a la cabeza. Con una afluencia del veinte por ciento de los empadronados todos los partidos quedarían exhibidos y el candidato triunfador no podría aducir legitimidad democrática pese a la falacia de que se “gana aunque sea por un voto” olvidándose de un factor esencial del modelo: la voluntad mayoritaria.

La Anécdota

En un terreno baldío en Tepojaco, municipio de Tizayuca, Hidalgo, yacen no pocos animales “decomisados” a los circos por obra y gracia de los ladrones “verdes” y sus corifeos panistas encabezados por la también poco honesta diputada Gabriela Cuevas Barrón –su primer año justifica su conducta cavernaria-, ex delegada de la Miguel Hidalgo en el Distrito Federal.
Aquello es nauseabundo. Los tigres y leones no pueden moverse en jaulas pequeñísimas, como si así se quisiera aligerar sus muertes. Y al fondo, un grupo de dromedarios –o camellos arábigos-, padece la más brutal desnutrición:

–Imagínese –me dicen- los camellos son muy resistentes y en unos cuantos minutos pueden beberse 150 litros de agua para resistir las inclemencias del desierto; siempre, claro, la puedan tomar. Esto está de verdad seco.

El “Verde” demagógico los ha dejado allí orgulloso de su ley absurda para prohibir –un criterio fascista- los circos con animales. A cambio de su vida amancebada se les ofreció la muerte. Así defienden la ecología los farsantes. ¿No se atreven a revertir su ley los legisladores? ¿Por qué?

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