Una visión de Ingrid Bergman en Juana de Arco

Por Elizabeth Piña Hernández

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Ingrid Bergman llegó a Hollywood por una película  sueca que fue un gran éxito a nivel mundial Intermezzo (Molander, 1936), su peculiar belleza nórdica llamó la atención del legendario productor americano David O. Selznick. La dama vikinga pronto conquistó al público estadounidense con  Casablanca (Curtiz, 1941), sin embargo Ingrid siempre fue una actriz inquieta que no quiso encasillarse en los arquetipos femeninos del Hollywood clásico, esto es muy notorio en los papeles que elegiría después, como Las campanas de Santa María (McCarey, 1945) donde encarna a una monja cuyo fin no es el amor humano sino una causa noble: la permanencia de Santa María como lugar para aquellos niños que no tienen un hogar.   

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Aunque sin duda nos regala uno de los papeles más emblemáticos de toda su  carrera al  representar a sus 33 años a la ahora Santa Juana de Arco bajo la dirección de Victor Fleming. Una joven granjera que luchó al frente del ejército Francés en  la Guerra de los Cien Años motivada por las voces que escuchaba, las cuales, según ella, procedían de Dios.  La encomienda de expulsar a los invasores Ingleses de su país tan solo con la fe. Sin embargo es traicionada por la débil voluntad de Carlos VII, quien decide hacer una tregua con los invasores a cambio de dinero. Juana decide luchar por cuenta propia y es atrapada por los ingleses cuyas autoridades religiosas harán un juicio injusto para hacerla pasar como hechicera razón por la cual es condenada a morir en la hoguera. Si bien Juana de Arco fue llevada a la pantalla grande por grandes genios del cine como Carl Theodor Dreyer o Cecil B. DeMille Fleming añade a la película tiene un estilo parecido al de Las aventuras de Robin Hood (Curtiz, 1936) y a los rojos paisajes de Lo que el viento se llevó (Fleming, 1939),   porque todavía no nos hayamos en la época dorada de las películas épicas como Ben Hur (Wyler, 1959), sin embargo tiene la habilidad narrativa de Fleming y una gran interpretación de Ingrid Bergman cuyo rostro brillante y pulcro crea la sensación al espectador que se encuentra frente a una figura de mármol propia de los nichos de iglesia, por tanto el público la mira hacia arriba desde el primer minuto y cree en las voces aunque nunca las escuche, se conmueve en su pasión.

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