Una página negra como el celuloide

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Por Elizabeth Piña Hernandez y Sandro Valdés Lugo

Eran las 2:30 de una tarde lluviosa, lo recuerdo, en el bar todo suele pasar lento, pero cuando una mujer te toca el cuello y se sienta lentamente frente a ti para acompañarte a beber unos tragos, el  ritmo cardiaco mueve más rápido los segundos y cuando miras el reloj se han esfumado tres horas. Despegué la mirada de la rubia gracias a un titular del periódico que asomaba de su bolso, es impresionante como unas enormes letras negras pueden provocar una locura mayor a la de los siniestros encantos de una mujer, El viejo Terry Prince mi ex compañero de oficina había sido asesinado. Ella se dio cuenta,- ¿A qué debo tu silencio?, no habías dejado de hablar en muchas horas- me dijo con cierto desconcierto.

No quise decirle en ese momento lo de Terry, así que le respondí con otra pregunta

– ¿Cómo recuperar  un don especial luego de que lo has abandonado tanto tiempo?

-¿Vaya, así que estoy frente a un tipo bendecido por la naturaleza?, ¿cuál era ese don tuyo?

-Era detective

– No, sabía que eso fuera un don- dijo con cierto desdén, aunque luego rectificó su respuesta- Pero debo confesar que soy fan de las películas de detectives:

¿Existen en la realidad detectives privados como los de su novela: honrados y comprometidos con su trabajo?

(La dama del lago, Montgomey, 1947)

 -Creo haber oído esas palabras en algún lado…

-Las escuché en una película, ¿te gusta el cine?

 – No; bueno sí,  me gustaban las de gangsters , pero desde que la Warner dejó de hacerlas el cine perdió su encanto.  Recuerdo bien la última, que vi, esa donde matan a James Cagney y su chica le dice al oficial

“Era un gran hombre”

(Los violentos años 20, Walsh, 1939).

-No vi esa película- Me dijo insinuando  que ella era joven y su generación ignoraba las buenas cosas que la mía apreciaba, pero fingí no sentirme ofendido  y respondí con cierto sarcasmo -Eres relativamente joven para haberla visto- mas fingió no entender mi chiste cambiando de tema- Deberías verlas, tuve un novio con el que solía ir, él me enseñó varios cines y autocinemas donde pasan las que ya desde hace años están fuera de cartelera – Entendí su indirecta, me estaba invitando a salir aunque fuera para ver esas ficciones baratas, no podía perderme esa oferta – Mencióname algunos títulos- El halcón maltés, Sueño eterno, La dama del lago- Todos me eran familiares, las leí todas en mi juventud- Vaya, pero si han adaptado de un jalón todas esas novelitas de Kiosco. Creo que no tengo inconveniente en recordarlas y mucho menos si usted va conmigo- su rostro desprendió una sonrisa- Me alegra que acepte, siento que haré algo por usted y ese don perdido, además no le haré perder el tiempo pues frente a la pantalla

“las tardes se desvanecen como un cigarrillo”.

(Retorno al pasado, Turneur, 1948)

Su oferta sonaba bastante bien, creía que de ese modo mataría varios pájaros a la vez: obtendría a la chica y  quizá encontraría una clave, esa misteriosa palabra o imagen que resolvería mi enigma. Dejamos nuestros asientos en el bar junto a mi vaso medio vacío de Whisky y la botella casi llena. –Esta será una tarde rara, siempre vacías todo el licor- dijo el cantinero – Sí, el tiempo de vez en cuando nos sorprende con éstas sutilezas- le respondí a fin de que supiera que al menos mi humor era el mismo de todos los días.

Una tarde de lluvia es buena para el flirteo y el cine, sin embargo el cine del barrio ya está algo viejo, eso me puso nervioso – es un buen lugar para cometer un asesinato – pensé. Pero volví a ver su rostro y le dije con tono varonil

-“Ella es mala. Ella es peligrosa, no podría confiar en ella más allá de mi nariz, pero ella es mi tipo de mujer.”

(Brindis al amor, Minnelli, 1953)

-¿De verdad crees que soy mala?

-Quizá, las chicas buenas no invitan a detectives retirados al cine. No la verdad es que esa frase me vino de algún lado, como esas tonadas que de repente silba uno

-“¿Sabes silbar?, sólo debes juntar los labios y soplar.”

(Tener y no tener, Hawks, 1944)

-Tienes un lindo sentido del humor, encanto

-No, esa frase también es de una película, desde que la oí me quedó grabada como la que me dijiste. Creo que la dijo la chica de Bogart, ¿conoces a Bogart?

-¿Es detective?

-No, es estrella de Hollywood   

-No, no lo conozco.

-Pero si dijiste que te gustaba Cagney, entonces debes conocer a Bogart.

-Claro que sé quien es, linda, creo que te llevo la delantera e las bromas.  

Era un cine viejo, algo no andaba bien. Repetía estas palabras en mi mente como si se tratara de una melodía pegajosa.

Llegamos al cine, las puertas rechinaron que voltearon los únicos espectadores, eran dos tipos de gabardina oscura, muy sospechosos. Veríamos el Halcón Maltés, quizá era la única buena noticia en medio de tanta incertidumbre, por fin veré lo que hicieron con esa vieja novela. Los tipos cuchicheaban, la rubia los miraba como tratando de entender que decían, los atendía más que la película. Cuando de pronto en la pantalla escucho algo que no venía en la novela.

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“-Sam, ¡Pesa! ¿De qué está hecha?

-Del material con el que se forjan los sueños.”

 (El hálcon maltés,  Huston, 1941)

¡Esa es la señal! Gritaron los tipos señalándome, la mujer huyó. Salí tras ella, me dispararon y no pudieron darme:

Tantas armas en la ciudad y tan pocos cerebros

(El sueño eterno,  Hawks, 1946)

Empujó la puerta de la siguiente sala, no recuerdo que había en pantalla, perdí la noción de todo en cuanto ella me abrazó. De pronto escuché disparos, impactaron en su espalda, los tipejos huyeron, ella quedó en mis brazos deshecha y sangrante, el proyector del cine apuntó hacia nosotros para saber lo que ocurría. Empapado de imágenes y de sangre la dejé y me marché. Mientras caminaba escuché un diálogo de la película, aunque nunca supe el título:

El mundo es un lugar civilizado pero cuando más primitivo se vuelve, más fabulosos son sus tesoros.

(El beso mortal,  Aldrich, 1955)

Eran los asesinos de Terry Prince, se dejó seducir por la misma chica, y fueron balas del mismo calibre las que lo vengaron.  ¿Porque matarían detectives en un cine?, ¿por puro placer? No, debe existir otra razón más infernal que esa, quizá les desagradan tanto esas películas que al terminar de verlas es necesario matar detectives…

¿Cree que me voy a conformar con un detective barato señor Marlowe?

(La dama del lago, Montgomey, 1947)

En algún lado escuché eso… Pero qué tonterías  digo, quizá sólo sea porque era amigo de Terry y él sabía algo que yo podría averiguar acerca de esos individuos, que más da… esta es una de las páginas más negras de mi vida, una página tan negra como el celuloide…  algo más que una tarde de cine, después de esto volverán los días de detective, ese oficio viejo del que casi nunca se habla

Cuando alguien me dice -ves a ese hombre, síguelo- yo lo sigo –Busca a esa mujer- yo la busco, y que es lo que saco 10  dólares diarios.

(La dama del lago, Montgomey, 1947)

La intención de este ejercicio literario es usar herramientas de la cinefilia, que normalmente pertenecen a la crítica literaria, como motor de avance en la trama de un relato. De este modo el relato cobra mayor valor cuando se añade el recuerdo que el lector tiene de la película.

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