LA BRUJA

Por Elizabeth Piña Hernandez

El filme La bruja (2015) del cineasta norteamericano Robert Eggers, presenta en esta película el terror que giraba en los bordes de uno de los pilares de la fundación de Estados Unidos de América: el puritanismo.

La defensa de la fe y la pulcritud con la que debe ser tomada la palabra divina llevan a William (Ralph Ineson) a abandonar la aldea junto a su familia. El exilio significa carencia de pan pero alimento de la palabra de Dios. Pero la vida marginal no es sólo de aquello que guardan la fe, sino también de las animas corrompidas. Esto se hace evidente desde el principio cuando Thomasin (Anya-Taylor-Joy) pierde a su hermano recién nacido en un juego infantil. El director muestra un ritual repleto de sombras donde se efectúa el sacrificio del bebé. Katherine (Kate Dickie) comienza a descargar el peso de la pérdida en Thomasin, poco a poco, aquella visión de que la lejanía de la civilización los acercaría más a Dios se descompone:  el hambre,  la desaparición de Caleb (Harvey Scrimshaw) y el encuentro con un macho cabrío negro de Mercy (Ellie Grainger) y Jonas (Lucas Dawson), lo cual recuerda al otro ocaso puritano (la inocencia) encarnado por los niños Pearl y John en La noche del Cazador (Laughton, 1955) a manos del falso pastor Harry Powell.

El caos que deja a su paso esta serie de sucesos desafortunados, al que se suma la desaparición de  Caleb, y una inocente broma de  Thomasin a Mercy y Jonas sobre que ella era la bruja, la señalan como el chivo expiatorio, el director emplea de manera magistral la sugestión lewtoniana  (presente en filmes como La mujer pantera (Tourneur, 1941) o  La isla de la muerte (Robson, 1945)), pero de atmosfera dreyeriana (al modo de Ordet (Dreyer, 1955)).   Calab, muere aparentemente a causa de  una posesión satánica. William decide volver al pueblo, pero antes encierra a los niños y a Thomasin en el establo de las cabras.

Al día siguiente una infestación demoniaca desaparece a los niños, asesina a William y a Katherine a manos de Thomasin.

El puritanismo se desvanece cuando la Black Philip habla, sus palabras son la melodía que rompe las ataduras y desnudan el cuerpo y alma de Thomasin, para llevarla al gran ritual goyesco, donde se profana todo lo sacro y se rinde culto al macho cabrío. Para Thomasin, esto es ascenso, ascenso perpetuo al infierno.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *